Uno ya empezaba a acostumbrarse a las extrañas costumbres yanquis, a la curiosa megalomanía, a los desvaríos del sistema gubernamental estadounidense. Y, sin embargo, he de reconocer que cada día que pasa me sorprendo. Tal y como si de repente nos trasladásemos al antiguo Egipto, pienso en los grandiosos edificios levantados para alimentar el ego de los faraones y hacer perdurar su recuerdo en el tiempo en forma de monumentalidad y piedra. Pues parece que así es como Estados Unidos rinde homenaje a sus expresidentes.