25 de julio de 2000, el avión Concorde de la compañía Air France se estrella en el aeropuerto parisino de Roissy falleciendo los 113 pasajeros que iban a bordo; 20 de agosto de 2008, el avión MD-82 de la compañía Spanair sufre un accidente en el momento de despegue en el aeropuerto de Madrid-Barajas y mueren los 172 ocupantes; 24 de marzo de 2015, el Airbus A 320 que hacía la ruta Barcelona-Dusseldorf se estrelló en una región escarpada a 3.000 m de altitud en Los Alpes franceses falleciendo 180 personas.
Cuando se produce una catástrofe de este tipo, uno de los problemas que surge en los primeros momentos es la falta de información fiable y la incertidumbre con respecto a la magnitud de los daños causados. La información sobre el número de víctimas y de supervivientes, así como, las causas y circunstancias que rodean el accidente, se convierten en los interrogantes a los que hay que dar respuesta urgente. En esos instantes de incertidumbre y desasosiego lo que se reclaman son datos, datos y más datos.