Es posible que nunca se hayan parado a pensarlo, pero el libro, además de ser un objeto maravilloso que contiene y transmite el conocimiento de generación en generación, es uno de los soportes predilectos –y más olvidados– para la creación y el desarrollo del arte. En efecto, bastaría con echar un vistazo a cualquier libro antiguo para contemplar la obra de un artista: por ejemplo, en la ejecución de los innumerables estilos decorativos de las encuadernaciones que visten al cuerpo; en los cortes de sus páginas, unos dorados, otros pintados, a veces rotulados o cincelados; en el tejido de las cabezadas que rematan los lomos, etc.