Con relativa frecuencia los medios de comunicación informan sobre noticias relativas al ingreso de documentos y de archivos personales en alguna biblioteca. Una primera lectura aboca a una asegurada confusión, pues para muchos –también para los profesionales de la prensa– la indeterminación está garantizada entre qué son y para qué sirven los archivos y las bibliotecas; aún más, el concepto archivo está integrado o asimilado en el inconsciente colectivo a una parte dentro de un todo, y ese todo –siempre prestigioso– es la biblioteca, frente al desacreditado concepto de archivo. En un segundo momento, y tras el repaso de lo expresado en la noticia, se vislumbra la política de ingresos de célebres bibliotecas que promueven la adquisición –mediante diversos procedimientos– de esos archivos y documentos privados e, incluso, de carácter público. Tal vez Heráclito con su teoría de los contrarios y la doctrina de la unidad de los opuestos nos permitiera desentrañar algunas barahúndas habituales.